12 Muestra de Cine Europeo del 15 al 21 de noviembre 2017

Bulgaria país invitado

El cine búlgaro: un breve recorrido a través de su historia diversa
Por Mariana Hristova


El cine búlgaro ha pasado por muchos derroteros a lo largo de sus más de 100 años de historia. A pesar de que 1915, cuando se estrenó la primera película de ficción Bulgarán es un galán, de Vasil Gendov, es considerada oficialmente la fecha de nacimiento de la industria cinematográfica del país, todavía existen hoy disputas internas sobre este acontecimiento. Y esto es sólo el comienzo de un camino espinoso. En aquel primer período semiprofesional, la industria del cine búlgaro se desarrolló como una iniciativa libre, constituida por pequeñas compañías privadas que produjeron películas con tramas derivadas principalmente de la literatura nacional. Los equipos creativos no tenían preparación específica y los actores en pantalla eran en su mayoría artistas teatrales sin experiencia en la actuación cinematográfica. Por desgracia, muchas de esas producciones se han perdido por distintas razones, incluso la mayor parte de la mencionada Bulgarán es un galán.

El siguiente período, que es el más productivo en la historia del cine búlgaro, empezó después de la II Guerra Mundial con el establecimiento del régimen comunista en Bulgaria, cuando toda la industria cinematográfica fue nacionalizada. El Estado ejerció el control financiero e ideológico sobre la producción de películas a través de sus mecanismos de censura e impuso nuevos temas y cineastas, junto con la estética del realismo socialista. La financiación regular permitió a los cineastas adquirir las habilidades y conocimientos necesarios para convertirse en profesionales en un plazo relativamente corto de tiempo. Los nuevos miembros del personal fueron educados en escuelas de cine en la Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia y, a partir de 1973, también en Bulgaria. Esto dio como resultado una producción anual de 25 largometrajes para la red de distribución, y otras tantas películas para la televisión nacional, así como documentales y largos de animación. Paralelamente a los temas puramente propagandísticos que apoyaba el Gobierno de la ideología establecida, aparecieron una serie de películas altamente artísticas con parcelas psicológicas, existenciales o románticas que, poco a poco, hicieron ganar buena fama al cine búlgaro, no sólo dentro del país, sino también en distintos festivales de cine internacionales. Destacaron los estilos individuales de autores como Rangel Valchanov (Na malkia ostrov, 1957; Inspektorat i noshtta, 1963; Lachenite obuvki na neznaynia voin, 1979), Valo Radev (Kradetzat na praskovi, 1964; Osadeni dushi, 1975), Metodi Andonov (Byalata staya, 1968; Koziyat rog, 1971), Binka Zhelyazkova (Privurzaniat balon, 1967; Poslednata duma, 1973; Baseynat, 1977), Hristo Hristov (Ikonostasat, 1969; Edna zhena na 33, 1982) o Georgy Dyulgerov (Avantazh, 1977; Trampa, 1978).


La década de 1970 marcó la etapa más fuerte en el desarrollo del cine búlgaro, tanto con películas de autor como por el tratamiento dado al tema de la migración de los pueblos a las ciudades, presentando la vida cotidiana de la gente común y los problemas de las generaciones más jóvenes. El director más representativo de aquella tendencia es Lyudmil Kirkov, con una filmografía intensiva de siete películas rodadas a lo largo de esa década. Las más emblemáticas son Momcheto si otiva (1972), Selyaninat s koleloto (1974) y Matriarhat (1977).
Los años 80 están marcados por una serie de películas históricas, como Khan Asparuh (1981) y Vreme razdelno (1988), de Lyudmil Staykov, además de comedias que ya arriesgan y bromean con los absurdos del sistema político: Dvoynikat (1980) y Da obichash na inat (1986), de Nikolay Volev; Dami kanyat (1980) y Opasen char (1984), de Ivan Andonov.

El período más reciente en la industria cinematográfica de Bulgaria comenzó después de los grandes cambios políticos de 1989. Tras la caída del Muro de Berlín y el derrumbamiento oficial de la Unión Soviética en 1991, la producción de películas volvió a ser una iniciativa empresarial libre con apoyo parcial del Gobierno. Bulgaria se abrió al mundo y la industria del cine tuvo que reinventarse, refundándose económica e ideológicamente. Debido a que el cine dejó de ser subvencionado exclusivamente por el Estado, muchos directores buscaron ayudas en el inseguro mundo de la iniciativa empresarial. Inicialmente, la falta de financiación estable disminuyó la calidad profesional, pero al cabo de poco tiempo esta impactante transición provocó una emancipación necesaria, que resultó un éxito internacional. Como un adolescente que acaba de librarse de la influencia de sus autoritarios padres, el cine búlgaro empezó a interesarse por lo que sucedía fuera de su casa.
Los temas importantes que se destacan en el cine búlgaro contemporáneo son, entre otros, la imagen de Bulgaria y de sus habitantes fuera de sus fronteras, el proceso de recuperación de la memoria traumática y la reflexión sobre el pasado totalitario, la “emigración interna”, la interminable transición del comunismo a la democracia, las generaciones perdidas y la brecha entre mayores y jóvenes –educados en dos sistemas diferentes–. Directores como Kristina Grozeva y Peter Valchanov (La lección, 2014; Un minuto de gloria, 2016), Konstantin Bozhanov (Ave, 2011, Light Thereafter, 2017), Svetla Tsotsorkova, (Thirst, 2015) o Ralitza Petrova (Godless, 2016) tratan estos problemas de una manera original, con profesionalismo, por lo que se han ganado el respeto de la industria y del público internacional.
Pese a que aún no ha aparecido un Kusturica búlgaro y no se ha puesto en marcha un movimiento de nouvelle vague búlgaro, las películas búlgaras y sus autores están comenzando poco a poco a establecerse como ciudadanos del mundo.
 
Bibliografía:
Yanakiev, Aleksandar, “Cinema.bg”. Sofia, Titra (2003)
Manov, Bozhidar, “Bulgarian Cinema Today: Seventeen Years after the Changes”.

Cien años de cine búlgaro: cartel de la exposición ‘Autores y carteles
 

Bulgaria cumple un decenio como miembro de pleno derecho de la Unión Europea


El 1 de enero del 2017 se cumplieron 10 años desde la adhesión de la República de Bulgaria a la UE. Este último decenio es uno de los períodos más exitosos en la historia del país. Bulgaria sigue su camino no sólo como miembro de pleno derecho junto a las democracias europeas más fuertes y consolidadas, sino que registra estabilidad económica y distintos beneficios al implementar las políticas de la UE que ponen efectivamente su impronta con la mejora de la calidad de vida de la sociedad búlgara.


No es nada casual que los búlgaros tengan plena confianza en las instituciones de la UE y en sus valores comunes. En buena parte gracias a la solidaridad europea, el país ha pasado con menos apuros por los momentos más críticos de la recesión económica, la inestabilidad bancaria y la crisis migratoria de 2015. Lo demuestra también el hecho de que la tasa actual de desempleo es menor que la registrada antes de la adhesión. El fomento de la economía y el comercio están estrechamente orientados al Espacio Económico Europeo (EEE). Una de las ambiciones y prioridades del Gobierno de Bulgaria es responder a los altos criterios de la Zona Euro.

El país ha experimentado enormes cambios durante estos últimos 10 años –aunque a veces algo lentos–. La construcción de grandes infraestructuras (el total de kilómetros de carreteras se ha duplicado en una década), la protección al consumidor, la implementación de nuevos estándares medioambientales o la promoción de la economía sostenible –donde la presencia y los recursos técnicos y logísticos por parte de las instituciones competentes de la UE ha sido sólida e imprescindible– son algunos de los sectores que más han evolucionado en este tiempo. Bulgaria goza hoy plenamente de las cuatro libertades fundamentales del Mercado Común Europeo: la libre circulación de mercancías, trabajadores, capitales y servicios.


Gracias a la UE, Bulgaria se beneficia en áreas tan importantes como la educación y la cultura, un hecho con especial efecto positivo sobre las generaciones jóvenes. Los estudiantes y profesores búlgaros participan activamente en el espacio académico europeo a través del programa Erasmus, se aplican las directivas de la UE en la educación superior, la cualificación profesional, la movilidad académica y en proyectos de investigación científica. Se promueve, así mismo, el acceso de los ciudadanos búlgaros a plataformas y eventos culturales tanto en Bulgaria como en el resto de la UE a través de programas y recursos europeos destinados a la comunicación, la integración y la cultura.


Ser miembro de la UE también permite a Bulgaria aprovechar mejor las ventajas de la diplomacia multilateral a través de decisiones y posiciones comunes europeas para ciertos retos de características bilaterales, como, por ejemplo, los relacionados con los derechos de las minorías, regímenes de visado y control de fronteras, temas energéticos o de grandes infraestructuras, etc.


Prioridades fundamentales de la próxima presidencia búlgara de la UE, desde el próximo 1 de enero de 2018, serán el consenso, la capacidad competitiva y la cohesión. El consenso abarca los temas de la perspectiva europea para los Balcanes Occidentales, políticas de seguridad y justicia, migración, así como cuestiones estratégicas para la región del Danubio y para el Mar Negro. La segunda prioridad trata cuestiones como la digitalización, el mercado único, el consejo económico y monetario, la unión energética o las innovaciones sociales. La tercera prioridad comprende las reformas futuras en la política de cohesión y la cultura.


Por último, cabe destacar una contribución singular a la diversidad cultural de Europa, ya que, con el acceso de Bulgaria a la UE, el alfabeto cirílico, junto con el latín y el griego, pasó a ser uno de los tres alfabetos oficiales de la UE. La creación del alfabeto eslavo por los Santos Hermanos Cirilo y Metodio, junto con sus seguidores, es para Bulgaria y para el mundo eslavo una gran causa y motivo de orgullo. La trascendencia de lo creado por Cirilo y Metodio es enorme. Su obra ha adquirido un reconocimiento a través de los siglos y, en la actualidad, alrededor de 300 millones de personas en todo el mundo escriben en kirilitsa.